Valzar
2008-06-19 17:19:59 UTC
El invento del fuego significó el ascenso a un nuevo horizonte, a un
nuevo y superior estilo de vida. El fuego fue asimilado al sol, y
ambos fueron objetos de adoración, aunque preferentemente en forma
simbólica. Una simple cruz de palo interpreta la forma del sol y la de
la llama, que se dirigen a lo alto y a la vez parecen extenderse hacia
ambos costados a un tiempo. La cruz fue así el instrumento ideal para
sacrificar al hombre en quien se encarnaba la divinidad del sol. La
cruz, pues, fetiche patibulario, fue objeto más o menos universal de
culto en Asia, Europa y América millares de años antes de que la
erigiese el Calvario.
En última instancia todas las religiones parecen ser o son una sola,
de tal modo trasuntan una idéntica mentalidad tribal y sus símbolos y
su liturgia resultan fundamentalmente parecidos. Los helenos fraguan
su religión, en buena parte, con remanentes de religiones anteriores
de la India y Sumeria, y la cristiana, última venida, es un potpourri
de herencias judaicas y saldos religiosos de Oriente y Egipto. El mito
del dios que muere y resucita es un simple préstamo del mito sumerio
de Tamuz, del fenicio de Adonis, del egipcio de Osiris. El mito de la
Trinidad es viejo como el mundo. (De la Trimurti hindú a la Triada
egipcia, pasando por la babilónica de Anú-Ea-Bel y comenzando por las
del hombre cuaternario: Sol, Luna y Tierra, Padre, Madre e Hijo,
etc.).
El hombre sale de la zoología primero y del salvajismo y la barbarie
después, gracias principalmente al ejercicio progresivo de sus poderes
intelectuales y su fe en ellos y en su voluntad propia. Como la
religión implica una fe polarmente opuesta -fe ciega en sus dioses- y
la renuncia a un criterio propio, es claro que ello comporta la
perduración de lo más primario del hombre: lo que está lleno de miedo
irracional e ilusiones tránsfugas mientras encarcela al hombre en la
tiniebla ancestral.
La definición de Reinach es, pues, inapelable: "Religión es el
conjunto de escrúpulos y tabúes que obstaculizan el libre desarrollo
de nuestras facultades". Si a eso agregamos que cada religión o secta
se tiene por concesionaria exclusiva de la patente divina y ve en
todas las otras monederos falsos que es preciso encarcelar y desterrar
de este mundo, resulta obvio que la religión, en vez de cumplir su
compromiso etimológico (re-ligare) de ligar a los hombres, ha sido en
todo tiempo el más eficaz agente físico y químico de apartamiento y
encono.
El odium teologicus es el precursor de la disgregación atómica. Toda
guerra religiosa ha sido una Ilíada de Caines. La religión está
originaria y solidariamente comprometida con el pasado en su lucha
contra el porvenir y ello explica que sea el ombligo de la inercia, la
muralla china opuesta a todo cambio progresivo, a toda evolución
ascendente. Dicho en síntesis: la religión, en vez de significar, como
pretenden sus abanderados, el más puro valor espiritual, la mayor
amplificación de la conciencia y del arbitrio del hombre, implica, por
el contrario, una residencia vitalicia en la jungla inextricable de
tabúes que encarcelan la vida del salvaje. Es la barbarie interior, la
más aciaga, pues tiene los ojos en la nuca.
Hay gentes que se escandalizan del poder asfixiante de la propaganda
comercial o de la totalitaria, pero es porque no quieren ver lo obvio:
que la propaganda fide (que comienza desde la cuna con el bautismo y
envuelve después al niño y al hombre en una nube de incienso,
sacramentos, rezos, dogmas, efigies, pláticas, campanas, ritos,
promesas, confesiones, órganos, milagros e indulgencias hasta la
muerte, y hasta después de la muerte con la misa de difuntos,
valiéndose de la mujer como "medium" y polizonte secreto) es el modelo
primo e insuperable de toda propaganda.
¿Hablan de demagogia? Pero toda la demagogia política es cosa de niños
frente a la demagogia sublime de los agitadores de sotana que dan
cartas de crédito para una jubilación celestial siempre que el cliente
haga mérito aguantando el hambre, la desnudez, los piojos, los
puntapiéss y las escupidas de este mundo. "Los últimos serán los
primeros".
nuevo y superior estilo de vida. El fuego fue asimilado al sol, y
ambos fueron objetos de adoración, aunque preferentemente en forma
simbólica. Una simple cruz de palo interpreta la forma del sol y la de
la llama, que se dirigen a lo alto y a la vez parecen extenderse hacia
ambos costados a un tiempo. La cruz fue así el instrumento ideal para
sacrificar al hombre en quien se encarnaba la divinidad del sol. La
cruz, pues, fetiche patibulario, fue objeto más o menos universal de
culto en Asia, Europa y América millares de años antes de que la
erigiese el Calvario.
En última instancia todas las religiones parecen ser o son una sola,
de tal modo trasuntan una idéntica mentalidad tribal y sus símbolos y
su liturgia resultan fundamentalmente parecidos. Los helenos fraguan
su religión, en buena parte, con remanentes de religiones anteriores
de la India y Sumeria, y la cristiana, última venida, es un potpourri
de herencias judaicas y saldos religiosos de Oriente y Egipto. El mito
del dios que muere y resucita es un simple préstamo del mito sumerio
de Tamuz, del fenicio de Adonis, del egipcio de Osiris. El mito de la
Trinidad es viejo como el mundo. (De la Trimurti hindú a la Triada
egipcia, pasando por la babilónica de Anú-Ea-Bel y comenzando por las
del hombre cuaternario: Sol, Luna y Tierra, Padre, Madre e Hijo,
etc.).
El hombre sale de la zoología primero y del salvajismo y la barbarie
después, gracias principalmente al ejercicio progresivo de sus poderes
intelectuales y su fe en ellos y en su voluntad propia. Como la
religión implica una fe polarmente opuesta -fe ciega en sus dioses- y
la renuncia a un criterio propio, es claro que ello comporta la
perduración de lo más primario del hombre: lo que está lleno de miedo
irracional e ilusiones tránsfugas mientras encarcela al hombre en la
tiniebla ancestral.
La definición de Reinach es, pues, inapelable: "Religión es el
conjunto de escrúpulos y tabúes que obstaculizan el libre desarrollo
de nuestras facultades". Si a eso agregamos que cada religión o secta
se tiene por concesionaria exclusiva de la patente divina y ve en
todas las otras monederos falsos que es preciso encarcelar y desterrar
de este mundo, resulta obvio que la religión, en vez de cumplir su
compromiso etimológico (re-ligare) de ligar a los hombres, ha sido en
todo tiempo el más eficaz agente físico y químico de apartamiento y
encono.
El odium teologicus es el precursor de la disgregación atómica. Toda
guerra religiosa ha sido una Ilíada de Caines. La religión está
originaria y solidariamente comprometida con el pasado en su lucha
contra el porvenir y ello explica que sea el ombligo de la inercia, la
muralla china opuesta a todo cambio progresivo, a toda evolución
ascendente. Dicho en síntesis: la religión, en vez de significar, como
pretenden sus abanderados, el más puro valor espiritual, la mayor
amplificación de la conciencia y del arbitrio del hombre, implica, por
el contrario, una residencia vitalicia en la jungla inextricable de
tabúes que encarcelan la vida del salvaje. Es la barbarie interior, la
más aciaga, pues tiene los ojos en la nuca.
Hay gentes que se escandalizan del poder asfixiante de la propaganda
comercial o de la totalitaria, pero es porque no quieren ver lo obvio:
que la propaganda fide (que comienza desde la cuna con el bautismo y
envuelve después al niño y al hombre en una nube de incienso,
sacramentos, rezos, dogmas, efigies, pláticas, campanas, ritos,
promesas, confesiones, órganos, milagros e indulgencias hasta la
muerte, y hasta después de la muerte con la misa de difuntos,
valiéndose de la mujer como "medium" y polizonte secreto) es el modelo
primo e insuperable de toda propaganda.
¿Hablan de demagogia? Pero toda la demagogia política es cosa de niños
frente a la demagogia sublime de los agitadores de sotana que dan
cartas de crédito para una jubilación celestial siempre que el cliente
haga mérito aguantando el hambre, la desnudez, los piojos, los
puntapiéss y las escupidas de este mundo. "Los últimos serán los
primeros".